lunes, 23 de noviembre de 2009

CONCLUSIONES

LA GUERRA DE LOS MIL DÍAS
Desde el año 1899 hasta el 1902.

La guerra de los mil días fue la última en Colombia y también la más larga y sangrienta. Se dio porque los liberales se opusieron al gobierno conservador sobre la regeneración y la búsqueda de una reforma a la constitución hacia la constitución en el año 1886 considerada dictadora. Los jefes liberales fueron Rafael Uribe Uribe y Benjamín Herrera; y los conservadores el general Prospero Pinzón el general Ramón González Valencia el general Pedro Nel Ospina entre otros quienes defendieron el gobierno del presidente Manuel Antonio San Clemente y su vicepresidente José Manuel Marroquín, pero estos son los mas importantes. La guerra tuvo un escenario principal en Santander pero después la guerra se extendió a todo el país. Sus principales batallas fueron las de Peralonso y Palo Negro; esta última duró 15 días en un enfrentamiento entre las fuerzas liberales con 8.000 soldados y el ejército conservador con 18.000 hombres. Esta batalla culminó con el triunfo de las fuerzas del gobierno comandadas por el general Próspero Pinzón. Los liberales, por su parte, buscaron detentar nuevamente el poder mediante la declaratoria de guerra de 1895, conflicto que se perdió en tan sólo tres meses.
De esa manera, la declaratoria de guerra por parte del liberalismo estuvo más apoyada en las promesas de ayuda, hombres, pertrechos y armas de los vecinos liberales, que en la preparación táctica y militar de sus filas.
Cipriano Castro, presidente de Venezuela, prestó su ayuda como resultado de una retaliación del gobierno conservador que había apoyado a sus opositores y no como el cumplimiento de sus promesas, que dependieron directamente del triunfo de los liberales; José Santos Zelaya, de Nicaragua, dilató sus compromisos y ayudas al compás de los resultados liberales y el guatemalteco José Reina Barros no pudo cumplirle a Uribe Uribe con un lote importante de armas, debido a su pronta salida del gobierno. Estados Unidos y Francia, países interesados en este proyecto, estuvieron más solícitos con el gobierno sin perder de vista la gran posibilidad que ofrecía el conflicto, la venta de armas y la posesión del canal.
La guerra estalló el 17 de octubre de 1899, cuando los pacifistas del partido liberal no pudieron contener la furia armada de las juventudes. Hasta el último momento, el Olimpo Radical procuró detener una guerra para la cual el liberalismo no estaba preparado.
La pérdida del río Magdalena en la Batalla de los Obispos y las derrotas en Santander condujeron a los liberales a realizar una lucha regional de un claro carácter irregular, que estuvo liderada por caudillos locales, reticentes a órdenes y que cobraron sus propias cuentas en nombre del conflicto.
Los jefes guerrilleros, quienes lideraron la guerra irregular, fueron determinantes en el conflicto, pues cuando los prohombres del liberalismo fueron derrotados, ellos se encargaron de continuar en la lucha.
Las mujeres
La mujer, sin distingos de clase, participó en la guerra tanto en el apoyo logístico como en el combate. En el combate, la mujer estuvo presente en las filas liberales, cuya conformación permitió la creación de columnas femeninas, mientras que en el estricto ejército conservador no hubo cabida para ellas.
Los indígenas
Participaron en el conflicto por fidelidades de compadrazgo, por fines económicos y en últimas porque la guerra les llegó a sus tierras. En Panamá los Cholos, al mando de Victoriano Lorenzo, apoyaron a los generales liberales y en un momento dado se constituyeron en la única fuerza activa del liberalismo.
Así, el conflicto adquirió dimensiones de guerra santa y los liberales aparecieron como masones, agnósticos y ateos que se debían exterminar para la gloria de Dios.
Entre la guerra y la paz
Cuando estalló la guerra, el 17 de octubre de 1899, la paz ya había dividido al partido liberal entre el Olimpo Radical, que procuró detener el conflicto y sus promotores, los belicistas. En Santander se replegó la mayor parte de los contingentes liberales con el ánimo de librar la lucha de ejércitos con la que el liberalismo pensó ganar la guerra.

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